¡Caramba!, quiero casarme, aunque mi mamá lo sienta; porque paso de los treinta y yo no quiero quedarme. Yo estoy ya por colocarme; pero de cualquier manera, sin andar con más espera ni más vuelta al pensamiento, yo estoy ya por casamiento y me caso con cualquiera.
Cansada estoy de esperar y me moriré de vieja esperando esta pareja con quien me quieren casar, que del cielo ha de bajar: blanco, noble y millonario, de un talento extraordinario, buen mozo, muy elegante, que toque el piano y que cante más bonito que un canario.
Mi mamá culpa ha tenido que llegara yo a esta edad sin esa felicidad de tener un buen marido; porque a ella le ha cogido con que debo ser casada con ministro o embajada de Alemania o [de] Inglaterra cuando aquí en nuestra tierra no valemos casi nada. . . . . . . . . . . No quiere que tenga amores, ni quiere que al parque vaya, porque no falta canalla entre los visitadores, ni por los alrededores de casa pisa varón; porque dizque todos son unas aves de rapiña que se llevan a las niñas como a paloma un gorrión. . . . . . . . . . . Envidia me causa ver miles mujeres casadas, que están muy bien colocadas por no ponerse a escoger, pues el mucho pretender y ese orgullo mal fundado no da ningún resultado; pero ni luce ni cabe donde todo el mundo sabe del pie [del] que uno ha cojeado. . . . . . . . . . . Así es que quiero casarme con el hombre que me cuadre, y no con el que mi madre por esposo quiera darme; pues yo no quiero quedarme como otras que están penando, que por estar esperando casarse con un sultán, vistiendo santos están y en las iglesias cantando.1
Por algo será que estas simpáticas décimas escritas en Santiago de los Caballeros el 29 de septiembre de 1904 las dedique el autor cibaeño Juan Antonio Alix a la juventud alrededor del mundo. Es que, como bien dice el refrán que cita el dominicano Alix en su dedicatoria, «en todas partes se cuecen habas».
Vale la pena aclarar que Alix sin duda exagera a propósito al representar a la mujer de estas décimas como quien está dispuesta a casarse con cualquiera. En realidad, lo que apasiona a la tal mujer es casarse con el hombre que quiera ella misma y no con el que quiera su mamá. De modo que no se trata de mofarse de la condición de la mujer sino de considerarla, reconociendo que Dios la creó con libre albedrío para que ella, cuando alcanzara la madurez necesaria, dirigiera su propio destino.
Pero más vale que toda mujer se valga de esa libertad no sólo para resolver su estado civil, determinando así su destino matrimonial, sino también para resolver su estado espiritual, determinando así su destino eterno. Pues la relación que podamos o no tener con un cónyuge es transitoria, mientras que la que tengamos o no tengamos con Dios es permanente, y por eso tiene consecuencias eternas. Lo paradójico del caso es que Dios, mejor que nadie, sabe «del pie del que uno ha cojeado», y sin embargo quiere tener una relación íntima con cada uno de nosotros. Y a diferencia del anhelado marido de la mujer de estas décimas de Alix, Dios sí bajó del cielo, enviando a su Hijo Jesucristo a fin de mostrarnos su amor incondicional para que, con sólo buscarlo, pudiéramos comenzar a disfrutar de una feliz relación con Él para siempre. |
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