lunes, 22 de junio de 2015

AMA A LA MUJER Y NO LA MALTRATES.

Una Mujer y su Hija Sufrían los Abusos de un Mal Hombre… Hasta que estos Motociclistas llegaron en su Ayuda

¡Ningún Niño Merece Vivir Con Miedo!
Como muchas personas, esta mujer y su hija sufrían abusos por parte de su padre y esposo. Hasta que un día este grupo de motociclistas literalmente les salvaron la vida y les dieron la oportunidad de vivir sin miedo.
Necesitamos ser parte de este grupo B.A.C.A. y ayudar a proteger a niños de abusadores. No puedes ser un observador porque eso te convierte es cómplice del abusador... Mira esta Historia Aquí

jueves, 4 de junio de 2015

POR FAVOR NO MALTRATES A LA NIÑA. DEJE VIVIR A LA BEBE.

UN CRIMEN SIN NOMBRE
Por Carlos Rey.
.

(Día Internacional de los Niños Inocentes Víctimas de Agresión)
Me llamo Sarita,
y tengo tres añitos.
No puedo ver, pues tengo
hinchados los ojitos.

No hay duda de que soy
muy mala y muy tonta.
Por eso mi papá
muy enojado está.

Quisiera no ser
tan mala y tan fea,
para que mamita
me quiera abrazar.

No me dejan hablar,
ni puedo equivocarme;
pues de lo contrario
me encierran con llave.

Cuando me despierto,
me siento muy solita:
con la casa oscura
paso muchas horitas.

Si mamita vuelve,
me voy a portar bien:
¡para que no me peguen
una y otra vez!

¡Silencio!, no hagas ruido,
que puedo escuchar
que ha llegado papito
muy borracho de un bar.

Lo oigo que grita
con enojo mi nombre.
Ya no puedo huir;
¡y quisiera escapar!

Sus ojos malvados
buscándome están.
Tiemblo de miedo
y comienzo a llorar.

Me ve que estoy llorando,
y me insulta y me grita
que todos sus problemas
son por mi culpa.

Comienza a golpearme
y me abofetea.
Consigo soltarme,
y corro velozmente.

Él tranca la puerta,
yo comienzo a gritar;
contra una pared
me lanza sin piedad.

Caigo golpeada al suelo,
me siento adolorida.
Él grita maldiciones,
me ofende y me lastima.

Le pido me perdone,
pero ya es muy tarde.
Destellan sus ojos
de rabia y de odio.

Me sigue golpeando
sin misericordia.
¡Dios mío, yo te ruego
que termine el tormento!

¡Al fin ya termina!
Él sale insensible
y me deja tendida,
inerte, en el suelo.

Me llamo Sarita,
y tengo tres añitos.
Esta noche triste
me mató mi papito.1

Mediante estos conmovedores versos que hemos traducido del inglés, Gayle Jones Staples nos lleva a la sala de justicia en la que una pequeña víctima, llamada Sarita, describe los pormenores de un crimen sin nombre. Ahora bien, si a nosotros, que somos pecadores por naturaleza, nos parece depravado tal delito contra un ser indefenso de nuestra propia sangre, ¡cuánta repugnancia sentirá Dios, el Dador de la vida, que no sólo nos dio la vida que tenemos sino que también dio la vida de su único Hijo para que pudiéramos tener vida plena y vida eterna!
Jesucristo, ese Hijo de Dios que murió por nosotros, le aseguró a uno de los maestros de Israel llamado Nicodemo que «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo».2 Y sin embargo Cristo sí condenó a cualquiera que maltrate a un niño. «Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños», advirtió Jesús.3 ¿Cuál no será, entonces, el castigo del que no sólo sirve de tropiezo a estas criaturas, sino que abusa de ellas y les roba la inocencia, o las maltrata física, sexual, verbal o emocionalmente?
No dejemos, pues, de informar de tales crímenes a las autoridades competentes, confiados de que a la postre Dios mismo se encargará de que en cada caso se haga justicia.

1«Sarah», New Zealand Police Association, PoliceNews, Vol. 39, No. 8, Septiembre 2006, p. 209 <http://www.policeassn.org.nz/communications/newspdf/PoliceNewsSep06.pdf> En línea 25 enero 2008.
2Jn 3:17
3Lc 17:2

miércoles, 3 de junio de 2015

AMA A LA MUJER Y NO LA MALTRATES: NO A LA VIOLENCIA FAMILIAR.

VIOLENCIA FAMILIAR.
Por el Hermano Pablo.

Eran tres niños, hermanitos los tres, de seis, siete y ocho años de edad. Con ojos aterrorizados y temblando de miedo, no podían dejar de mirar. ¿Qué estaban mirando? Veían cómo su padre le daba una paliza brutal a su madre. La escena la describe un diario de América Latina.
El hombre enfurecido, a la vista de sus tres hijitos, golpeaba brutalmente a su esposa. ¿Cuál era la causa? Nadie sabe. Los niños sólo decían: «Papá estaba muy enojado.» Pero una palabra lo describe todo: violencia.
La violencia doméstica, aunque en la vida diaria no es nada nuevo, en las crónicas de los diarios y en los tribunales sí lo es. Es algo que ha recrudecido en las últimas décadas. Y esta crónica nos obliga a tocar dos puntos: la violencia entre padres, y su efecto en los hijos.
Algunos dicen que la violencia familiar la incita la familia misma, pero eso es ver el asunto de una manera superficial. La violencia nace en el corazón. Está adentro de uno como lo estaba en el corazón de Caín, y sólo necesita una muy pequeña provocación para estallar.
Decimos que es culpa de la mujer, o de los hijos, o del jefe o de otro, pero no lo es. Procede del corazón herido y confundido que vierte su frustración sobre los que están más cerca. Cuando el tronco está malo, todo el árbol lo está. Cuando el corazón vive en amargura, la persona en la que late reacciona con violencia.
¿Y qué de los hijos? No hay nada en todo el mundo que frustre y confunda y atemorice más al niño que ver a sus padres peleándose, especialmente cuando son encuentros violentos. Y si la criatura tiene dos, tres o cuatro años de edad, esos disgustos tienen efectos desastrosos que afectan toda su vida. Un sociólogo investigador dijo: «Cuanto más violenta es la pareja, de las que hemos entrevistado, más violentos son los hijos.» Por cierto, la violencia en los padres viene de la violencia en los progenitores de ellos.
¡Cuánto necesitamos paz y tranquilidad en nuestro corazón! ¡Cuánto necesitamos al Príncipe de paz! Y ese Príncipe de paz existe. Es Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14:27).
Entreguémosle nuestro corazón a Cristo. Si el enojo ha sido nuestra debilidad, hagamos una sincera declaración de humilde arrepentimiento. Cristo conoce nuestra intención y Él quiere ayudarnos. Permitámosle entrar en nuestro corazón. Él nos renovará en lo más profundo de nuestro ser.